lunes, 10 de junio de 2013

MÁLAGA

Guardo una fotografía de cuando la feria de agosto se hacía en el parque. Estamos mis hermanos y yo con sombreros cordobeses subidos en un caballo de cartón. En primer lugar, mi hermano mayor, sujetando las riendas; en el centro, mi hermano pequeño, que estira el cuello tratando de mantener el equilibrio porque yo, en último lugar, tiro de él para no resbalar de la grupa. Esa foto tiene ya casi cincuenta años y, ahora que lo pienso, Málaga no ha cambiado mucho desde entonces. Hay un cambio aparente, de fisonomía: más farolas, más museos, más calles asfaltadas o peatonalizadas; un cambio de ubicaciones, la feria está ahora en el Cortijo de Torres, el mercado de Mayoristas, en Campanillas. Y poco más. Siguen pendientes los grandes proyectos de entonces; el metro, el parque de Gibralfaro, el embovedado del Guadalmedina. Cincuenta años. Es cierto que muchas cosas han mejorado: antes cortaban el suministro de agua por la tarde hasta a la mañana siguiente, o se recogía la basura puerta a puerta en carros tirados por mulas, pero otras muchas no solo no han mejorado sino que han ido a peor: El Perchel y la Trinidad, han dejado  de ser aquellos barrios emblemáticos para transformarse en símbolos de la inoperancia y el abandono.
En el ranquin de ciudades desastrosas de España puede que Málaga esté situada a la cabeza, no solo por la suciedad o por sus desastres urbanísticos, sino también por la apatía general de sus ciudadanos  y sus administradores. Unos y otros hemos conseguido transformar en seña de identidad algo que para cualquier ciudadano de fuera, solo podría provocar sonrojo. Llevo años escuchando que ese es nuestro carácter más auténtico, nuestra definitiva marca de fábrica: el inmovilismo, o el justo lavado de cara para que todo permanezca inalterable. Una muestra: cuando se inauguró el Museo Picasso con la asistencia de personalidades y televisiones de todo el mundo, se adecentó tan solo el pequeño tramo de las calles Granada y Beatas que estaba previsto que formara parte del recorrido oficial.



Yo también he llegado a admitir esa característica de nuestro carácter, lo que significa ser malagueño: un primer chispazo ilusionante, capaz de enfrentarnos a cualquier desafío por complicado que parezca y después el bajón, el ir perdiendo fuelle ante problemas o circunstancias que nunca llegamos a valorar en su justa medida. Un ejemplo del pasado, nuestra catedral, con una de sus torres apenas iniciada después de siglos de obras. Un ejemplo reciente, el Metro, tras casi siete años de obras todavía discutimos si debería ir  soterrado o en superficie.


Quizás también tenga que ver en esto del carácter las etiquetas que nos han ido colgando: Málaga, capital del sur de Europa; Málaga, ciudad abierta y acogedora; Málaga, ciudad del paraíso. Da la impresión de que aquí se es distinto, que somos tan acogedores, tan abiertos y tan paraísos, que estamos todo el día celebrándolo, inundando de jolgorio nuestras calles levantadas de obras, nuestras playas con chiringuitos de hormigón que no dejan ver el mar, y lo que es peor: que no queremos ser de otra manera. Como esos niños que después de subirse en un caballo de tramoya, sonríen satisfechos solo por el hecho haber conseguido mantenerse a flote.
A mí lo que me parece es que en realidad Málaga no existe, que es un cúmulo de sueños, de momentos y lugares, de pequeñas concentraciones inconexas de fantasías y recuerdos, que después de inflamarnos los sentidos, no acertamos a llamar de otra manera.

Punto y Seguido

4 comentarios:

  1. Nostálgica visión de Málaga y a la vez crítica. En muchos aspectos estoy de acuerdo contigo, sin embargo, creo que Málaga, gracias a ese desapego innato, es una ciudad abierta a la transformación, a las nuevas ideas, a las nuevas culturas. Creo que ese es un buen comienzo para el desarrollo de cualquier proyecto o tendencia, y eso me parece muy positivo. Lo importante es que aprendamos a ser constantes. Gracias por tu artículo, Miguel.

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  2. Hola Miguel. Me dejas nostálgico con tu mirada a Málaga. No puedo añadir nada sobre lo que escribes, porque yo solo estuve viviendo un par de años allí y mi visión es corta sobre lo que conocí estando en Málaga.
    Lo del metro es una pena que todavía no pueda funcionar esa línea pendiente, solucionaría grandes atascos la verdad.
    Pero en cuestión de transporte sí que te puedo comentar que como en otras grandes ciudades (Madrid, por ejemplo) si se quiere tener un tráfico equilibrado y justo para todos los habitantes, se deben añadir servicios en cuanto a trayectos demandados de autobús y con horarios más efectivos para sus usuarios.
    Y sobre todo conectar mejor extremos alejados de la capital como Churriana, Rincón de la Victoria, Sacaba Beach, etc.

    De todas maneras mi primer viaje a Málaga y provincia fue hacia el 1998/9 y te adeguro que percibí un gran cambio (mejoría) en la capital cuando empecé a ir más veces allí, a partir del año 2004 en adelante. Sobre vosotros, los malagueños, sonará a peloteo, peor solo tengo buenos recuerdos y amistades. Un abrazo.

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    1. gracias por vuestros comentarios.
      ante todo aclarar que málaga no es que sea una de mis ciudades favoritas: es mi ciudad. mis sueños, mis aventuras, mis recuerdos están ligados a sus calles, su luz y su gente. es mi casa y uno siempre quiere que su casa sea la mejor y que los que vivimos dentro nos organicemos para conseguirlo, aunque rara vez se consiga.
      un abrazo

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    2. Buenas noches, aprovecho para deciros en varios comentarios esto: que sepáis que os dejo un enlace a mi blog para que sepáis que ya tenéis vuestro propio Liebster award blog. Más información en el enlace:

      http://pablosinbulla.blogspot.com.es/2013/06/los-elegidos-y-sus-preguntas.html

      No sé si lo acpetaréis o responderéis en conjunto o lo que prefiráis. Tenerlo, lo tenéis.
      Un abrazo.

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