jueves, 11 de diciembre de 2014

UN PEDIGRÍ. PATRICK MODIANO.

La lectura de Un pedigrí, el breve libro autobiográfico de Patrick Modiano, me ha recordado a  uno de esos paseos confusos y laberínticos que los personajes de sus novelas dan por el París de la época de  la ocupación alemana o de la posguerra del último conflicto mundial. El lector se pierde entre nombres de personajes que el niño y el adolescente Modiano frecuentó, por calles y barrios parisinos que sirvieron de escenario a aquellos años en los que se sentía como un perro abandonado y que el escritor, ya cercano a los sesenta, recorre de nuevo en el laberinto de la memoria en busca de su origen, de su identidad. “Soy un perro que hace como que tiene pedigrí”. 



Modiano empieza por el principio, su nacimiento el 30 de julio de 1945, producto de un encuentro fortuito de sus padres entre el vendaval de gentes de diferentes nacionalidades que las guerras habían esparcido por Europa. "Las temporadas de grandes turbulencias traen consigo frecuentemente encuentros aventurados, de tal forma que nunca me he sentido hijo legítimo y, menos aún, heredero de nada”. Su madre, una belga, actriz de tercera fila que Modiano describe así: “Era una chica bonita de corazón seco” y su padre, parisino judío procedente de italianos, que se mueve entre la clandestinidad y el mercado negro, entre identidades falsas y negocios turbios. “Dos mariposas extraviadas e inocentes en una ciudad sin mirada”. Y el escritor prosigue el relato de sus raíces: “Pero qué le voy a hacer, ése es el terruño- o el estiércol- de donde vengo”.

Leo hipnóticamente las 60 páginas del libro, imagino al escritor removiendo papeles, partidas de nacimiento, viejos recortes de periódico, fotografías…que van tirando del hilo de la memoria, bordando fechas en el tejido del relato; el escritor defendiéndose del dolor de la memoria: “Dejando aparte a mi hermano Rudy y su muerte, creo que nada de cuanto cuente aquí me afecta muy hondo.Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta un curriculum vitae, a título documental y, seguramente, para liquidar de una vez una vida que no era la mía”; el escritor al que se le escapa la poesía de algunos recuerdos entre los listados de los “comparsas” de su padre y los “amigos” de su madre, recuerdos de momentos compartidos con su hermano mientras andaban prestados en casa de cualquiera que los cuidase:”Mi hermano y yo nos quedamos solos casi dos años en Biarritz (…) La mujer que nos cuida es la portera de la finca”, “Todos los jueves vamos mi hermano y yo, a primera hora de la tarde a comprar Tarzán en el quiosco de enfrente de la iglesia. Calor. Estamos solos en la calle. Sombra y sol en la acera. El olor de los aligustres…”, recuerdos de sus estancias en los internados, la disciplina militar, el frío, el hambre, la soledad y el encierro, las frías cartas de su padre y las desconcertantes de su madre. Y luego la adolescencia, la rebeldía, las penurias y la miseria moral a su alrededor. El Patrick adolescente y joven que rememora el escritor maduro intenta página tras página ser tratado como se espera que se trate a un hijo, a veces se pregunta recordándose en determinados ambientes ¿qué hacía allí?, más tarde se enfrenta al padre, sostiene a la madre con el producto de pequeños robos y cambalaches, tiene un conato de detención propiciado por la amante de su padre…lo vemos derivar hacia el filo peligroso de la vida. 


Hay una constante a lo largo del relato de estos primeros años del escritor: sus lecturas. Modiano las va anotando junto a las fechas en que se dieron. El último mohicano, El libro de la Selva, Las minas del rey Salomón, El prisionero de Zenda, más adelante  Fermina Márquez, Solo una mujer, La calle sin nombre, la calle de Le-Chat-qui-Péche, títulos que parecen haber dejado su huella en los de las novelas de Modiano, A puerta cerrada de Sartre en copia mecanografíada que alguien ha dejado a su madre para una posible función teatral, Viaje al fin de la noche, Ilusiones perdidas…

El protagonista de Un pedigrí acaba librándose de un porvenir oscuro gracias a la literatura. Consigue publicar su primera novela por la mediación de Queneau al que había conocido entre los personajes que rodeaban a su madre. El escritor se siente “ligero por primera vez en la vida”, deja de sentirse “continuamente en guardia”. “Había zarpado antes de que se derrumbara el pontón podrido. Por poco”.

La mirada de Modiano a esa etapa primera de su vida, que pretende ser fría y despegada, como la de un notario que levanta acta, se torna compasiva y confusa, también poética, contagiada por las del niño y joven Modiano, nos ayuda a entender su literatura teñida de todo ese poso de aquellos primeros años anómalos. Sus temas, sus ambientes, sus personajes… todos proceden de esa época suya de perro sin pedigrí.



Inmaculada Reina
Punto y Seguido

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