Siempre me he sentido más
sugestionado por las historias de perdedores que de ganadores. Pienso que son
más realistas, al menos estadísticamente. O quizás pueda ser porque estamos tan
acostumbrados a que las historias del cine acaben tan bien, que la realidad nos
parezca deplorable. Este es un tema que me interesa bastante y que plasmó
estupendamente Woody Allen en “La rosa
púrpura del Cairo”.
Inside Llewyn Davis, apoyado por una
exquisita banda sonora, cuenta la historia de un cantautor folk de los años
sesenta que lucha por triunfar con su música en el difícil, chapucero y
desagradecido mundo del espectáculo. Los hermanos Coen han querido
plasmar en ella las decepciones de todo aquel que siendo creativo pretende ganar dinero con ello. En esta película somos testigos de la
dificultad de sobresalir en un círculo en el que abundan otras voces, de las
penalidades sufridas como consecuencia de perseguir un sueño, y lo que es peor,
de la constante recriminación de los familiares y, con frecuencia, del persistente
cuestionamiento de uno mismo. La película también nos muestra la generosidad de
gente que ayuda a esos peregrinos y que sin pretenderlo, convierten sus
acciones en míseras limosnas, y acertadamente comprobamos cómo conviven
la resignación y la rebeldía en el carácter de estos personajes, los cuales, poco
a poco, son conscientes de la disolución de sus sueños pisoteados, en ocasiones, por sus
mejores amigos. La imagen de Llewyn David con su guitarra al hombro, su
insuficiente chaqueta de pana en el invernal Nueva York y su barba
pretendidamente bohemia, me cautivó de tal manera que comprendí al momento los
motivos del héroe.
Me ha
sorprendido leer en varias críticas que el problema de esta película radica en que
no se empatiza con el personaje, que resulta antipático. Yo me imagino que
quien dice eso es porque nunca se ha visto en la tesitura de sacrificar una
vida cómoda por tratar de perseguir el sueño de ganarte la vida con tus
creaciones. Por supuesto que me he identificado con Llewyn Davis, así como con
Barton Fink, Ulysses Everett McGill, Jeff Lebowski o Tom Reagan. Todos ellos
son mis héroes, porque sufren con el dilema de escoger caminos que a veces no
resultan exitosos, pero que en definitiva van construyendo su experiencia.
Notable y descriptiva es una frase de la película en la que Davis, machacado
por su circunstancia concluye: “Estoy
jodidamente cansado”.
Igualmente destacable es la escena en la que se insta al cantautor a cantar en una reunión de amigos, como si su trabajo formara parte de un continuo show, ya sea sobre un escenario, ya sea en una cena privada, o incluso mientras está en el servicio. Parece como si se confundiera el arte con el altruismo, como si los artistas tuviesen la obligación moral de llevar su profesión colgada como si fuese un traje.
Llewyn, por favor, ¿Por qué no nos cantas algo?
Jane, por favor, no soy un caniche amaestrado
Pensaba que cantar era una expresión de júbilo del alma.
Vereis no quiero hacer esto, así es como me gano la vida, esto no es…esto
no es un puto juego de salón.
Llewyn, por favor eres injusto con Lilian
Una mierda, yo no te invito a cenar y luego te sugiero que des una
conferencia sobre los pueblos de Mesoamérica, o de lo que trate tu mierda precolombina,
este es mi trabajo, así es como pago el puto alquiler.
La historia de Llewyn Davis
es, emulando a la Odisea de Homero, un viaje de regreso en el que el héroe ha
de enfrentarse a sus peores enemigos, que no son otros que los que habitan en
su interior.
Pedro Rojano
Deseando verla...
ResponderEliminarMe da ganas de verla.
ResponderEliminarPor otro lado creo que este enlace tiene "algo" que ver con esta película. Es un corto muy emotivo sobre el arte:
http://latrastiendacesfelipesegundo.wordpress.com/2014/09/03/dicen-que-somos-unos-muertos-de-hambre/