De alguna manera, escribir consiste solamente en hacer
pactos.
El primero de todos, el famoso pacto literario o
narrativo, el pacto de la ficción. Desde los griegos, de este pacto se ha ocupado gente sesuda, los estudiosos de las maneras de contar historias. Y han
encontrado palabras raras, términos técnicos, para hablar de un simple pacto
entre caballeros que se sella con un apretón de manos, virtual, y que se
establece con algún tipo de contraseña. El Érase
una vez… no es más que eso, una contraseña entre el escritor y el lector
que resume los términos de un pacto: yo voy a contarte una historia como si
fuese verdad a condición de que tú la escuches como si lo fuera; o visto desde
el otro lado: yo voy a creer que lo que me cuentas es real siempre que me lo
cuentes bien, es decir, como si fuese real. Coleridge llamaba a este pacto
“suspensión de la incredulidad”. Es un pacto que la gente siempre está
dispuesta a hacer. Al fin y al cabo alguien dijo una vez, no recuerdo quién,
que el ser humano, además de comida, techo y compañía, solo necesita historias.
El domingo fui al cine con mi ahijado David. David tiene
diez años y él propuso la película: Los
guardianes de la galaxia. Como era la primera vez que íbamos juntos al cine, yo decidí poner todo de mi parte para disfrutar la experiencia. Desde el primer
minuto me puse en manos de la ficción y acepté el Érase una vez… con la misma inocencia que mi ahijado. Funcionó. Me
creí todo lo que pasaba en la pantalla: que 26 años después de 1988, o sea
en 2014, o sea ahora mismo, existía una galaxia llena de planetas con nombres
raros y una estación espacial creada en la cabeza cortada de un superdios, que
la galaxia estaba habitada por seres diversos, gente de color verde, azul,
amarillo, rojo…gente con superpoderes…gente procedentes de lugares extraños,
incluso de la Tierra …buenos
y malos para aburrir…y que un terrano, una mujer verde, un bruto totalmente tatuado
de rojo, un mapache sabio con un pistolón de no te menees y un árbol
gigantesco, bondadoso y sin apenas conocimiento del lenguaje, ayudaban a salvar
la galaxia. A partir de que acepté que ese mundo podía ser verdad, es decir,
que era verosimil, todo fluyó. Lo pasamos muy bien. Pacté con David que la
próxima vez él pagaba las palomitas y los refrescos.
El siguiente pacto que hace el escritor es consigo mismo y
con la historia que quiere contar. No es solo el lector el que exige que se le
cuente bien la historia, sino que la propia historia intenta imponer la forma
en que quiere ser contada. Hay una lucha, un tira y afloja, una resistencia por
ambas partes hasta que una de las dos gana. Lo deseable es que gane la
historia. En medio de esta lucha, de este proceso, el escritor no para de
pactar. Tiene que pactar con el lenguaje, el instrumento con el que trabaja.
Dice Juan José Millás que en lo de escribir “hay dos actitudes: voy a ver lo
que digo o voy a ver lo que dicen las palabras. Lo sensato es una postura
intermedia. A veces las palabras quieren decir algo que no estaba en tu
intención, pero que es bueno que escuches”. Después afirma que “si hablas solo
desde la subjetividad sale un texto autista, incomunicable y si solo haces caso
a lo que dicen las palabras sale algo lleno de tópicos”.
El escritor también tiene que conseguir que pacten su
parte de creador y su parte de crítico
sobre los momentos en que deben trabajar cada una. Yo imagino a estas dos
partes del cerebro del escritor como unos personajillos ángel y demonio que
aparecían subidos a los hombros de un gato de dibujos animados, soplándole al
oído órdenes contradictorias. Estas dos capacidades del escritor no pueden
trabajar juntas, sino una tras la otra. Cuando la parte creativa está
trabajando, el escritor debe hacer pactar también a su memoria y su
imaginación. En mi opinión todos los textos
son autobiográficos en alguna medida, aunque uno esté hablando de los
guardianes de una galaxia imaginaria. Y esto es porque el escritor no solo
trabaja con la imaginación sino también con la memoria de la propia
experiencia.
Luego hay multitud de pactos menores: pactos con las horas
de trabajo, pactos con el tiempo meteorológico, con las circunstancias
concretas del momento de la escritura… Hace un par de meses me encargaron un
relato para una antología. Había un plazo de entrega, unos límites amplios en
cuanto a extensión y dos asuntos que debían aparecer en el relato: Andalucía y
el Cine. Lo primero que se me vino a la cabeza fue una experiencia que viví
hace unos quince años participando en el rodaje de un corto en una ciudad
cordobesa. Intenté imaginar una historia diferente, despegarme de la realidad,
pero esa era la historia que quería ser contada y la que, al final, conté. No
hace falta decir que me he pasado dos meses pactando con el calor y la desidia
del verano, con una tendinitis en un hombro que no me dejó escribir durante
diez días pero me obligó a madurar el argumento en una serie de pactos de la
memoria y la imaginación, pactando con las palabras que se resistían a contar
simplemente una anécdota divertida y querían hablar de algo más, de lo que aquello
supuso para mí. Tuve que sacrificar personajes, desechar situaciones,
transformar otras e inventar alguna más. Al final, la historia que he contado
se aleja bastante de la experiencia real, pero gracias a todos los pactos que
fui haciendo, creo que he conseguido reflejar con verdad lo que aquella
experiencia supuso para mí. Antes de entregar el relato pedí a varias personas
que lo leyeran y todos me dijeron que habían sentido el cansancio de la
protagonista. Con eso me doy por satisfecha y doy por bien empleados todos los
pactos que firmé por el camino.
Inmaculada Reina
Punto y Seguido
Interesante forma de ver la escritura y sus circunstancias, Inma.
ResponderEliminartienes razón, inmaculada reina, siempre estamos pactando entre lo que queremos y lo que debemos hacer, entre lo que intuimos como real y la realidad que no intuimos pero se impone. estamos tan acostumbrados a hacerlo así que apenas lo notamos.
ResponderEliminaren escritura siempre se pacta entre lo que imaginamos que debería de ser y lo que al final conseguimos, pero a veces, muy pocas veces, sin haberlo pactado, la realidad del texto definitivo supera con creces al que habíamos imaginado. entonces, cuando esto sucede, nos volvemos insoportables.
Jajajaja, insoportables del toooooo....!!!!
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