martes, 15 de julio de 2014

EL PEOR VIAJE DEL MUNDO. EL MEJOR RELATO DE VIAJES


Cuando la National Geography Society encargó a Apsley Cherry Garrard la elaboración de un informe científico acerca de la expedición llevada a cabo por R. F. Scott en el Polo Sur durante los años 1910 a 1913, no imaginaban que aquellas notas se convertirían en una de la mejores novelas de no ficción del siglo XX, y probablemente en el mejor relato de viajes jamás escrito. En palabras de Paul Theroux “Cuando la gente me pregunta: ¿Cuál es tu libro de viajes favorito?, cosa que sucede un par de veces al mes, respondo casi siempre que éste (El peor Viaje del Mundo). Trata de la valentía, el sufrimiento, el hambre, el heroísmo, la exploración, el descubrimiento y la amistad.”



Por muchos es conocida la desventurada historia de Scott y sus cuatro acompañantes, que perecieron a 11 millas del refugio cuando regresaban exhaustos y envueltos por el fracaso tras haber hollado el Polo Sur un mes después de que Roald Amundsen y su equipo de cuatro exploradores noruegos, pero pocos conocen los pormenores de toda aquella gran expedición que no solo se limitaba al desafío de llegar los primeros al Polo Sur. En concreto el título de este libro puede resultar engañoso, pues el peor viaje del mundo se refiere a la expedición llevada a cabo durante cinco semanas para viajar al Cabo Crozier en pleno invierno antártico para recoger muestras de huevos de pingüino emperador, expedición que casi se llevó consigo la vida de sus tres expedicionarios y que constituye uno de los capítulos más angustiosos de la literatura moderna. Apsley Cherry Garrard, uno de los miembros de aquella expedición, describe con maestría y sin alharacas el esfuerzo que realizaron, a veces sin esperanza por regresar vivos de aquella pesadilla en la que se vieron sorprendidos por innumerables peligros: “En términos generales, no creo que haya nadie en la tierra que lo pase peor que un pingüino emperador”.  



Con igual maestría, el autor describe al completo la expedición inglesa a la Antártida desde la partida desde el puerto de Cardiff hasta su regreso tres años después portando los cuerpos de Scott y sus compañeros (tres cadáveres, ya que los otros dos no pudieron ser encontrados) tras haber sido localizados 8 meses después de su desaparición.



Su relato está cargado de honestidad y describe con absoluta frialdad los momentos terribles a los que estuvieron sometidos “Es imposible imaginar mayor sufrimiento. Puede que la locura o la muerte proporcionen alivio. Pero me consta que durante este viaje empezamos a considerar la muerte como amiga”. A pesar de la dureza de algunos párrafos, el autor no nos priva del humor y la ironía, y sabe combinar, al igual que ocurre en el devenir diario, la risa con el drama.
Suelo recomendar este libro sobre todo por la época en la que nos ha tocado vivir. Un tiempo en que todo está enfocado a obtener rentabilidades cortoplacistas, a valorar el triunfo o el fracaso con la rácana medida del euro o el dólar. El siglo XXI ha nacido con escasas aspiraciones humanas y con un alto empeño por adquirir el bienestar al mínimo precio o esfuerzo y en el menor tiempo posible. La era de las tecnologías poco tiene que ver con aquellos aventureros que se lanzaban a explorar el mundo desconocido con escasas probabilidades de éxito y sin otra motivación que obtener la recompensa en la gloria y en aportar datos que ayuden al resto de la humanidad. El mundo actual ha perdido a sus héroes, no a aquellos capaces de todo sino a los que por su innata cobardía necesitaban demostrar su valor: “El hombre que no pasa miedo carece de sentimientos, de sensibilidad, de nervios; en el fondo es un estúpido”.

Este relato es un real y extraordinario alegato frente a las adversidades, frente al sufrimiento, frente al obstáculo que nos frena. No hay manera de separarse de él una vez que estás inmerso en su expedición y, como un explorador más, te impones la noble tarea de seguir adelante, “siempre y cuando lo único que se desee sea un huevo de pingüino”.


Pedro Rojano
Punto y Seguido

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