Cuando
viajo, procuro llevarme un buen libro bajo el brazo. La
lectura me ocupa gran parte del tiempo, ya que durante el transcurso del viaje se producen numerosos tiempos
muertos; esperas en las estaciones o largos trayectos de tren y autobús. En esos momentos es placentero sumergirse en la
lectura de una historia que te mantenga cautivo de ella. A veces levanto la
vista del libro y observo el paisaje que corre a mi alrededor, pienso en la trama del libro, en esa última frase que me ha dejado intrigado por saber lo que me espera dentro de poco, y sobre todo pienso en el entorno
que me rodea como parte de ese paisaje literario que voy descubriendo. Por eso,
cuando viajo procuro llevarme un buen libro bajo el brazo, y si ese libro me
cuenta una historia que ocurre allá donde voy, mejor que mejor.
El
destino de mi último viaje fue China. Llevaba años deseando descubrir ese país,
cuna de emperadores y revolucionarios.
Cultura milenaria preñada de tradición, y escenario de una sociedad ancestral reconstruida
sobre el comunismo. China llamaba poderosamente mi atención por su intriga, por
su organización cuasi militar, por su manera de plantear sus diferencias al
mundo, y también por la película de Bertolucci (soy un cinéfilo enfermizo, para
qué vamos a negarlo). ¿Cómo sería esa China? ¿Cómo serán sus habitantes? Para
averiguarlo necesitaba, además de viajar allí, una oportuna lección de
historia.
Pocos
días antes de mi partida, cuando ya creía haber reunido todo mi equipaje, presentí,
sin embargo, que no había encontrado el libro que me ayudara a conocer a sus
habitantes y su reciente historia. Llevaba un libro acerca de Gengis Khan, algún otro sobre la historia de Mao, y dos novelas: una del último premio nobel Chino y otra de una joven escritora que
está triunfando en los mercados con novelas de amor. El día previo a mi
partida, al despedirme de un buen amigo, le comenté que estaba iniciándome en
la lectura del último premio Nobel chino, pero que no me estaba apasionando. Me sugirió entonces “Cisnes
Salvajes”, una novela autobiográfica de una escritora china llamada Jung Chang. Aún quedaba tiempo, busqué
el libro en internet y allí estaba.
Cisnes
Salvajes relata la historia de tres generaciones de mujeres: Abuela, madre e
hija desde finales del siglo XIX hasta prácticamente el final de los ochenta en
el siglo XX. Aparentemente podría ser la simple historia de una familia china,
pero en realidad es un repaso de la historia contemporánea del país. Una
historia plagada de luchas por el poder, de cambios en las tradiciones, de
invasiones, de ruptura con el pasado, de revoluciones sangrientas, de
injusticia, de resignación, de descubrimiento, ideología y de crecimiento
personal.
La
actual China está construida sobre unos cimientos de fango rojo, no solo
sembrado por los comunistas, sino por todos los gobiernos anteriores
(imperiales, occidentales, japoneses, o el Kuomintang) que no supieron ni han
sabido administrar un país de dimensiones tan fastuosas tanto en extensión como
en población. El pueblo ha sufrido durante muchos años la dictadura de las
armas, de la falta de libertades, de la manipulación, pero aún así ha
conseguido levantarse de cada caída. Resignados, pero no vencidos. Y de esa
manera cada generación ha iniciado una nueva era sacudiéndose, uno tras otro, los horrores del pasado.
Toda
la historia de Jung Chang está tratada con maestría y oficio. Es también la
historia de su abuela y de su madre, y la historia del resto de su familia a la
que fui conociendo a lo largo de las páginas y con los que me emocioné sin duda alguna. Jung Chang, a través de sus páginas, ha conseguido implicarme al narrarme de forma amena y directa la historia de su país y las inquietudes de su pueblo. Cada vez que levantaba la cabeza del libro para
mirar el paisaje podía ver a los personajes cultivando arroz, paseando por las estaciones o
tras el postigo desvencijado de una casa de ladrillo pegada a las vías. Y
entonces comprendía mucho mejor por qué en ese país de Oriente todos los viejos poseen una mirada gris, triste, vencida.
En
un trayecto de ocho horas en tren que habría de trasladarme de Xi´an a Ping
Yao, mi compañera de asiento era una chica china de unos veinticuatro años.
Durante el viaje se interesó (en perfecto inglés ya que era profesora de inglés
en un instituto) por mi procedencia, los lugares de China que visitaría durante
mis vacaciones y si me estaba gustando el país y sus gentes. Me encantó charlar
con ella y explicarle que la gente era lo que más me fascinaba por su
amabilidad y su esfuerzo por ayudarme, a pesar de los evidentes
problemas de comunicación ya que la mayoría no habla otra lengua que no sea el chino. Ella sonrió halagada. Se sentía como parte de una enorme maquinaria
que funcionaba correctamente. Se sentía satisfecha por mis buenas impresiones
acerca de su país, y yo noté que para ella aquello era importante. Al rato le
pregunté si le gustaba leer y me dijo que por supuesto. Entonces le mostré el
libro que estaba leyendo y le pregunté si lo conocía. Ella sacó sus estrechas
gafas y consultó el nombre de la escritora. No la conocía. No le di más
importancia, pero al cabo de un rato la vi trastear su móvil inquieta. Al cabo de unos minutos me mostró el Iphone y me preguntó si aquel que aparecía en la pantalla era el
libro que estaba leyendo. En efecto, era la portada de
Cisnes Salvajes con una foto de su autora. Sí, sí, esa es. ¿Has leído algo de
ella? El rostro de la chica se ensombreció y su sonrisa salió volando por la
ventana. No, me dijo, esa autora solo publica en el extranjero, además (queriendo zanjar el asunto), a mí no me interesan esos temas. Al momento supe que había
metido la pata. Durante el resto del viaje sentí el privilegio de vivir en un país donde
cualquiera puede expresarse de la manera que considere. No en todos sitios ocurre.
Cuando
finalicé de leer Cisnes Salvajes, creí comprender bastante bien a su autora, y
también a la chica del tren, a los viejos con mirada gris, al pueblo amable y
resignado de China. No es lo mismo viajar por un país admirando sus bellezas y
despreocupado de su historia. Ciertos libros te acercan más a sus gentes que la
mayoría de sus monumentos.
“Al pasar revista a mis veintiséis años
advertí que había experimentado tanto privilegios como denuncias, que había
sido testigo de la valentía y el miedo, y que había conocido tanto la bondad y
la lealtad como las profundidades de la crueldad humana. Rodeada de
sufrimiento, muerte y desolación, había contemplado sobre todo la
indestructible capacidad humana para sobrevivir y buscar la felicidad”
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