Me
citó donde siempre, el bar frente al
Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia; allí es profesora del
diplomado. Elegí una mesa del sector de fumadores. La vi entrar como un
torbellino, entre risas, luciendo una falda y una blusa que le daban un aire
gitano. Me abrazó, como buena mexicana. No se es amigo mexicano si no se
achucha. Le explico que es un trabajo para el diplomado y ella asiente, feliz
por poder ayudarme; luego levanta la mano y pide un caballito, yo dudo, estoy con el estómago vacío, pero la acompaño.
Hablamos de su trabajo, de su columna llamada El cajón de la costurera en el diario La Razón, de su vida
personal. Se me hace raro pensar en hacerle preguntas formales para que los
demás la conozcan. A ella le debo mi acercamiento a la literatura mexicana,
entre tantas otras cosas.
—¿Cuándo te diste
cuenta que querías ser escritora?
—Cuando era niña. Mi
padre, Pedro Guillén, era escritor, por cierto uno de sus grandes amigos era
Rogelio Sinán, escritor panameño, entonces para mí era natural dedicarme a este
oficio. Recuerdo que a la hija de Otto Raúl González, tendríamos como 8 o 9
años, le publicaron un libro y yo quería escribir uno y que me lo
publicaran. Además desde niña jugaba a inventar historias, y se reproducían en
mi imaginario como una suerte de pequeñas estampas.
Le pregunto por Rogelio
Sinán y me dice que lo recuerda como un hombre muy dulce. Yo he estado en su
casa; en el jardín del fondo hay un árbol enorme, precioso. Cuando ella, en
otras oportunidades, me ha contado anécdotas de Augusto Monterroso, al que
llama Tito, de José Revueltas, de Pablo Neruda o Carlos Pellicer, yo los
imagino bajo ese árbol y a ella siendo niña, arrancándoles sonrisas a esos
hombres que hoy nos parecen tan lejanos. Como el día que José Revueltas le
llevó de regalo un payaso borracho, o como cuando Carlos Pellicer le dio un
cheque de cinco centavos, porque ella encontró una ardilla en medio del
nacimiento que habían armado en su casa para las fiestas decembrinas. Hoy son
anécdotas y me parece mentira que esos hombres que ya no están, y que vemos en
las fotos con gestos adustos, hayan tratado a la niña Claudia casi como tíos.
Hablamos de su nuevo
proyecto. Hasta ahora publicó tres libros de cuentos: La insospechada María y otras mujeres, Los
otros y Pecados predecibles, este
último a fines del 2013. Me dice que el cuento le pareció, hasta
ahora, un género donde se ha sentido más cómoda, pero que en esta etapa está
dándole la última revisada a su primera novela, que en principio se llamará Murmullos en el silencio, y en la que ha trabajado
durante cinco años. Cree que
ambos géneros tienen la misma importancia, pero que cada uno tiene su propia
estructura y, por ende, su propia complejidad.
—¿Y por qué hasta ahora
sólo cuento? —la interrogo casi como si me lo preguntara a mí misma.
—La
novela es mucho más leída en nuestros países, pero el cuento es un género
mítico, que normalmente se dice que
no es leído, pero que vemos que se siguen generando y publicando diversos
volúmenes con una respetable salida en el mercado, responde haciendo hincapié en sus
personajes, habitantes de la frontera entre la locura y el ostracismo, como
ideales para el formato cuento.
Confiesa que entre
todos sus libros, publicados o no, no tiene ningún niño mimado, puesto que puede ver, en cada uno de ellos, las
diferentes facetas de su oficio de escritora, y que ha tardado cinco años en
terminar su novela porque no encontraba la solución a algunas estructuras que
tenía trazadas para ella.
Antes de finalizar debo
hacerle la última pregunta, porque sé que para ella es muy importante, y porque
es un plumazo que define su vida:
—¿Qué disfrutas más,
escribir o enseñar?
—¿Disfrutar?, dar
clases, sin duda. Soy una mujer un poco atormentada y escribir me lleva a
diversos estados de ánimo, entre ellos la angustia cuando no logro dar con el
tono de un texto.
Esta fotografía es de V. Martínez
Seguimos un tiempo más
allí, segundo caballito de por medio,
hablando de otras cosas, más privadas, más personales, hasta que miró el reloj
y, tal como entró, cual torbellino, abandonó el bar. Cruzó al Xavier
Villaurrtia. Era la hora de la diversión.
Andrea
Vinci
Punto y Seguido
Interesante entrevista, saludos
ResponderEliminarGracias Isabel
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