jueves, 7 de mayo de 2015

ENTREVISTA A CLAUDIA GUILLÉN

Me citó donde siempre, el bar frente al Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia; allí es profesora del diplomado. Elegí una mesa del sector de fumadores. La vi entrar como un torbellino, entre risas, luciendo una falda y una blusa que le daban un aire gitano. Me abrazó, como buena mexicana. No se es amigo mexicano si no se achucha. Le explico que es un trabajo para el diplomado y ella asiente, feliz por poder ayudarme; luego levanta la mano y pide un caballito, yo dudo, estoy con el estómago vacío, pero la acompaño. Hablamos de su trabajo, de su columna llamada El cajón de la costurera en el diario La Razón, de su vida personal. Se me hace raro pensar en hacerle preguntas formales para que los demás la conozcan. A ella le debo mi acercamiento a la literatura mexicana, entre tantas otras cosas.

—¿Cuándo te diste cuenta que querías ser escritora? 

—Cuando era niña. Mi padre, Pedro Guillén, era escritor, por cierto uno de sus grandes amigos era Rogelio Sinán, escritor panameño, entonces para mí era natural dedicarme a este oficio. Recuerdo que a la hija de Otto Raúl González, tendríamos como 8 o 9 años, le publicaron un libro y yo quería escribir uno y que me lo publicaran. Además desde niña jugaba a inventar historias, y se reproducían en mi imaginario como una suerte de pequeñas estampas.


Le pregunto por Rogelio Sinán y me dice que lo recuerda como un hombre muy dulce. Yo he estado en su casa; en el jardín del fondo hay un árbol enorme, precioso. Cuando ella, en otras oportunidades, me ha contado anécdotas de Augusto Monterroso, al que llama Tito, de José Revueltas, de Pablo Neruda o Carlos Pellicer, yo los imagino bajo ese árbol y a ella siendo niña, arrancándoles sonrisas a esos hombres que hoy nos parecen tan lejanos. Como el día que José Revueltas le llevó de regalo un payaso borracho, o como cuando Carlos Pellicer le dio un cheque de cinco centavos, porque ella encontró una ardilla en medio del nacimiento que habían armado en su casa para las fiestas decembrinas. Hoy son anécdotas y me parece mentira que esos hombres que ya no están, y que vemos en las fotos con gestos adustos, hayan tratado a la niña Claudia casi como tíos. 

Hablamos de su nuevo proyecto. Hasta ahora publicó tres libros de cuentos: La insospechada María y otras mujeres, Los otros y Pecados predecibles, este último a fines del 2013. Me dice que el cuento le pareció, hasta ahora, un género donde se ha sentido más cómoda, pero que en esta etapa está dándole la última revisada a su primera novela, que en principio se llamará Murmullos en el silencio, y en la que ha trabajado durante cinco añosCree que ambos géneros tienen la misma importancia, pero que cada uno tiene su propia estructura y, por ende, su propia complejidad.

—¿Y por qué hasta ahora sólo cuento? —la interrogo casi como si me lo preguntara a mí misma.

—La novela es mucho más leída en nuestros países, pero el cuento es un género mítico, que normalmente se dice que no es leído, pero que vemos que se siguen generando y publicando diversos volúmenes con una respetable salida en el mercado, responde haciendo hincapié en sus personajes, habitantes de la frontera entre la locura y el ostracismo, como ideales para el formato cuento. 
Confiesa que entre todos sus libros, publicados o no, no tiene ningún niño mimado, puesto que puede ver, en cada uno de ellos, las diferentes facetas de su oficio de escritora, y que ha tardado cinco años en terminar su novela porque no encontraba la solución a algunas estructuras que tenía trazadas para ella.

Antes de finalizar debo hacerle la última pregunta, porque sé que para ella es muy importante, y porque es un plumazo que define su vida:

—¿Qué disfrutas más, escribir o enseñar?

—¿Disfrutar?, dar clases, sin duda. Soy una mujer un poco atormentada y escribir me lleva a diversos estados de ánimo, entre ellos la angustia cuando no logro dar con el tono de un texto.

Esta fotografía es de V. Martínez

Seguimos un tiempo más allí, segundo caballito de por medio, hablando de otras cosas, más privadas, más personales, hasta que miró el reloj y, tal como entró, cual torbellino, abandonó el bar. Cruzó al Xavier Villaurrtia. Era la hora de la diversión.


Andrea Vinci
Punto y Seguido


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