Para seguir la línea de tiza que José Antonio Garriga Vela
ha dibujado en El cuarto de las
Estrellas, hay que disponerse a hacer equilibrios. Equilibrios entre la
vida y la muerte, la realidad y la ficción, el pasado y el presente.
Equilibrios sobre el tiempo. Solo así se puede atravesar el territorio de La
Araña, su atmósfera enrarecida de polvo y humo. Solo así se puede caminar entre
la bruma de la memoria perdida del protagonista. Ambos territorios están fuera
del presente y marcados por el secreto. Hay que aventurarse en el túnel de lo
desconocido para salir al otro lado.
El
protagonista-narrador, un escritor estancado en la novela que escribe y que sufre
un accidente que le borra la memoria reciente, vuelve al lugar de los recuerdos
que le quedan y desde allí hace un recorrido desordenado por los primeros años
de su vida. Parte del día en que a su padre le tocó la lotería de Navidad, un
golpe de suerte que les destrozó la vida. ("A veces la suerte nos
traiciona"). En este viaje a la memoria subterránea, desde la mirada
melancólica y asombrada del niño que fue, repasa aquellos acontecimientos
descubriendo lo que estaba oculto bajo trampillas secretas o paredes
giratorias: el reverso del secreto.
En la
novela son fundamentales la mirada y la voz. Una mirada teñida de asombro por el cine, la magia (Houdini), los
personajes increíbles o monstruosos (desde un celacanto que se pescó en la
Araña hasta el Hombre invisible), los lugares míticos (como Nueva York), lo
sobrenatural (fantasmas con nombre propio, como el del hermano). La voz del
narrador es concentrada y poética, contaminada también de la de los personajes
que protagonizaron las historias de La Araña, que se engarzan como ecos en las
historias centrales de la novela, las del escritor y su padre, que finalmente
vienen a ser casi la misma, ya que el de la identidad es otro de los temas
propuestos por Garriga Vela.
Todos
los personajes son funambulistas, andan en la cuerda floja ya sea en el aire
como ángeles o a ras de tierra, pegados al polvo y a merced de los temblores y
las voladuras de la vida. Y tienen que elegir avanzar o permanecer paralizados
por el miedo. Escuché al autor contar que, cuando era niño, su padre siempre le
decía que se pasaba la vida en la inopia. Esta es la elección de algunos
personajes de la novela, tumbarse en el lugar y el tiempo de sus muertos y
quedarse fuera del presente, en la inopia. Otros, como ángeles, atraviesan la
cuerda a gran altura hacia la muerte, por encima del polvo y el humo del pasado
y la culpa. Esa es también la elección del lector, invitado a entrar en la
novela desde el primer párrafo ("Esto es la Araña. Si miras el mapa…"):
quedarse seguro a ras de tierra, adormecido por la fascinación de las historias
llenas de maravillas o atreverse a buscar en lo profundo, a pulsar las
trampillas secretas de la propia memoria.
Inmaculada
Reina
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