Mi teoría es: siempre hay un
maestro que te enseña a leer y siempre
hay un libro que te enseña a leer de nuevo y te inocula el deseo, casi siempre
secreto, de escribir.
Con esta premisa en mente me
dispongo a entrevistar a mis amigos escritores. Comencemos por la primera parte
de mi teoría, el maestro. El primero de mis amigos escritores me dice:
Aprendí a leer
en la escuela de Doña Margarita, que era una "miga" que había cerca
de mi casa. Había niños pequeños como yo, entre tres y cuatro años, y niñas
grandes en las otras clases. Mi profesora, no recuerdo su nombre, andaba
descalza por la clase, hacía gimnasia y rompía cocos contra los escalones
mientras repetíamos "la eme con la a ma". Y yo escuchaba a las niñas
repetir la cantinela de la tabla: "dos por dos cuatro, dos por tres seis,
..." . Cuando salí de la miga para ir a la escuela del Ave María ya sabía
leer y multiplicar.
La siguiente entrevistada me
recordó la Cartilla Palau, número uno
en el hit parade de los parvularios
españoles de los sesenta. Me cuenta:
Yo recuerdo que
empecé en la escuela, con la cartilla aquella en la que había pintada una araña
para la A, un elefante para la E, una iglesia para la I, un ojo para la O y un
racimo de uvas para la U. Creo que aprendí rápido pero silabeaba, y mi padre me enseñó a leer como si
hablara.
El siguiente escritor
amigo me respondió muy torero:
Aprendí en
una guardería (cuando se llamaban Maternales) en el barrio de los toreros de
Sevilla (San Bernardo) Fueron mis primeros plantes con la muleta de la
ortografía y la gramática. La m con la a, ma.
También recogí un
recuerdo trasatlántico:
Aprendí a
leer a los 5 años recién cumplidos, en 1º de primaria. Fue el único año que fui
a una escuela del estado. Mi maestra, si no recuerdo mal, se llamaba Haydé, y
era una señora muy mayor. Al principio escribíamos con lápiz, luego con pluma y
tintero. ¡Madre mía que vieja soy! No sé, tal vez era cosa de escuela del
estado, porque al año siguiente, en la privada, ya usábamos pluma fuente.
Y hasta hubo quién no necesito
de escuela en su estreno:
Empecé a leer muy pronto, a los 4 años ya sabía.
Aprendí más en casa que en el parvulario porque tenía muchas ganas de aprender
y mi madre se implicó en ello y aprendí rapidísimo. En casa había libros para cuando fuera mayor,
pero nadie leía. Mis primeras lecturas fueron tebeos y comics.
Mi
propia experiencia recoge algo de la de todos ellos: un colegio para niños
sordos donde a los niños que sí podíamos
oír nos mezclaban aunque tuviéramos diferentes edades. De fondo la Cartilla Palau, la tabla de multiplicar y una monja gorda y buenaza
que nos entretenía a los más pequeños recortando con tijeras romas siluetas de
flanes de los envases de Flan Chino Mandarín y pegándolas con goma
arábiga Pelikan en cartulinas de un
azul desvaído. Recuerdo que leer la cartilla me aburría mucho porque me la
había aprendido de memoria no sé muy bien cómo, tal vez de tanto escuchar como
la repetían en voz alta. Prefería leer los carteles de los comercios de vuelta
a casa, preguntando a mi madre cuando se me resistían.
De ese primer maestro
a veces no recordamos ni el nombre y, con frecuencia son las propias palabras
escritas las que nos enseñaron a leer, como el enigma que impulsa al detective
a descubrir su significado. Luego llega el descubrimiento de la literatura, que
es otra historia. Alguno de mis amigos escritores comenzó con mal pie:
Mi primer
contacto con la literatura fue muy negativo. Mi abuelo enfermo, con medio
cuerpo paralizado, nos obligaba a mi hermano y a mí a leerle todos los días un
capítulo del Barquero de Cantillana,
y yo odiaba leer, encerrarme en su cuarto casi a oscuras todas las tardes porque mi hermano siempre se
escaqueaba.
Otros descubrieron el placer de
la lectura en clásicos infantiles (y no tan clásicos):
En mi primera comunión, hacia los ocho años me
regalaron un libro precioso con cuatro cuentos ilustrados de los hermanos Grimm,
ahí fue cuando aluciné por primera vez con la lectura. Después uno de esos con
viñetas de Heidi que me gustó bastante y las revistas del Readers Digets que le enviaban a mi padre, también las leía a escondidas.
Con
frecuencia la lectura literaria trae consigo los primeros ejercicios de
escritor:
Mi padre se
empeñó desde pequeño en que leyera (siempre se ha vanagloriado que la
riqueza de la familia es la lectura y los libros), pero en realidad nunca le
hice mucho caso, me parecía un tostón. Leí muchos libros de Los Cinco, luego me dio por Agatha Christie, también recuerdo la
lectura de El Principito y de una
novela de Mika Waltari que me encantó:
Marco el Romano y de otra de Blasco Ibáñez que se llama Mare Nostrum. Creo
que la afición por la escritura me viene desde pequeño, siempre me ha gustado
inventar historias y dado que en mi familia hay herencia poética, estaba
dispuesto y predestinado a ello. Escribí muchas historias en mi niñez-juventud.
Los primeros libros me los regalaron a los dos años y
medio, me refiero a una colección completa de libros. Fue cuando me llevaron a
operarme de las amígdalas. Lo tengo muy claro en mi cabeza, pero antes me
habían regalado libros sueltos. Recuerdo que tendría unos 3 años y mi mamá,
cosa insólita si lo pienso, me permitía jugar en el techo del lavadero, donde
trepaba desde la escalera de mi abuela. Allí recorté a "Pestañitas" y
lo pinté con crayones. En definitiva, mi primer acercamiento a los libros no fue
para leerlos, sino para convertirlos en mi propio arte. Tenía también (y están
guardados como tesoros en una caja), la colección de Constancio Vigil de mi
papá, todos con tapa dura color naranja. Allí conocí a Pluriñandupelicascaripluma y a La
hormiguita viajera.
Mi primera pasión fue la poesía, leída, escrita y
recitada. Me aprendía los poemas de memoria. Reconozco la influencia de mi
madre, no porque me dijera nada, sino porque ella recitaba poemas, a lo Naty
Mistral, desde que era adolescente, y yo adoraba muchos de esos
poemas-historias, y me los aprendía de memoria. Así que a los 12 años podía
recitar de un tirón: Me lo contaron ayer las lenguas de doble filo/ que te
casaste hace un mes y me quedé tan tranquilo... Poema que recitado tarda más de
15 minutos en acabarse.
Lo de
escribir historias, al principio, iba de la mano de historietas que yo
dibujaba, o de texto para mis títeres. Como ven no puedo separar la lectura de
la escritura. Mafalda, El Principito,
Juan Salvador Gaviota, Diarios de adolescente, que estaban de moda en
aquella época, Los Cuentos de la Selva
de Quiroga, Cuentos para Verónica de
Poldi Bird, Chico Carlo de Juana de
Ibarbourou. De este libro recuerdo perfectamente un capítulo que hablaba de la
mancha de humedad. Esa imagen me hizo darme cuenta de que cualquier cosa puede
ser contada, de que cualquier cosa sirve para arrastrar la imaginación.
Mis primeras lecturas fueron tebeos y
comics y mis primeros libros fueron La
isla del tesoro, La vuelta al mundo en 80 días, Tom Sawyer, Pat y Pilagán.
Más hacia la adolescencia los de Julio Verne, biografías como la de Sissi y más
tarde Agatha Christie. Mis escritos del principio coinciden con ese interés por
las aventuras y misterios y siempre con algún romance.
Aunque
yo tengo mi propio listado, de nuevo hay
coincidencias de mi propia experiencia con la de mis amigos escritores : Enid
Blyton (siempre pensé que se trataba de un hombre, supongo que por todas
aquellas aventuras que corrían sus personajes, y muy tarde descubrí que era una
mujer, aunque debía haberlo sospechado por las innumerables merendolas con pastel de carne y cerveza de jengibre), los
tebeos: El Tiovivo, el Pulgarcito, el
DDT, el TBO. También Louise May Alcott, Juana Spyri y su inolvidable Heidi, las novelitas de Elena Fortún:
Celia, Cuchifritín y el resto de la familia, Julio Verne, Robinson Crusoe, El Principito... Leí todos esos libros y tebeos
muchas veces, pero me limitaba a
escribir las redacciones que me mandaban en el colegio, supongo que el deseo de
ser escritora lo guardaba en secreto, incluso para mí misma. Pero yo sí que
recuerdo el nombre de una maestra que me hizo amar los libros, Isabel Caño, mi
profesora de Lengua y Literatura en 6º, 7º y 8º de E.G.B.
Para
seguir con la segunda parte de mi teoría, viene el gran salto o el
descubrimiento de aquel libro de aquel escritor que te volvió a enseñar a leer
de nuevo o de otra manera y que, en muchos casos, te hace concebir la idea de
dedicarte a la literatura (escribiendo o haciéndote un lector empedernido).
Uno
de mis amigos me dice:
Descubrí que me gustaba leer con
Garcia Márquez y los Cien años de soledad,
en verano, tendría quince o dieciseis años. Ese verano no trabajé en la
zapatería, encerrado en "la sala" que era una habitación llena de
trastos junto a la cocina de la casa de
mi madre. Aunque antes ya había descubierto a Miguel Hernández y leía en voz
alta la Elegía a Ramón Sijé, pero la poesía era otra cosa, yo escribía poesía y
para mí era algo normal, no era literatura. La literatura estaba en la invención, en Los
miserables, en Hemingway, en las hermanas Brönte. Con Carver decidí escribir
relatos, con Cortázar dejé de escribirlos.
Y
otro:
Cuando me lo tomé en serio fue al leer Océano Mar de Alessandro Baricco. Aquel
libro me mostró cómo la literatura, además de contarte una historia, puede
crear magia. De repente quise aprender a hacerlo, y en ello estoy, como Harry
Potter.
Otra
amiga escritora me cuenta que los descubrimientos literarios que la han
influenciado han sido Baricco y Neuman. Por mi parte, me cuesta desechar
algunos libros que fueron importantes para mí cuando aún no sabía que quería
ser escritora, como Cien años de soledad
(maravilloso García Márquez), Encerrados
con un solo juguete (Marsé, qué grande), El guardián entre el centeno (la voz inconfundible de Salinger)...pero,
sin duda, si tengo que decir qué libro me ganó para la literatura es La plaza del diamante de Mercè Rodoreda.
En cada una de las muchas lecturas que he hecho de la novela, he envidiado la
creación de un personaje como la Colometa, las descripciones bellísimas de
aquella época y aquel lugar, la manera de inventar un mundo tan convincente con
palabras tan sencillas.
Sí,
creo que todos tenemos un libro, aunque no sé por qué es ese nuestro libro.
Quizás tenía razón Mario Vargas Llosa cuando dijo: " Un libro se convierte
en parte de la vida de una persona por una suma de razones que tienen que ver
simultáneamente con el libro y con la persona".
Inmaculada Reina
Punto y Seguido
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