Muchas veces he reflexionado sobre qué es lo que me lleva,
como lectora, a preferir el género narrativo frente a otros géneros y dentro de
este, por qué la lectura que más disfruto es la del relato corto, el cuento y
por qué de entre toda la tradición cuentística prefiero los relatos contemporáneos.
Hablo de autores muy diversos: Chéjov, Cortázar, Salinger, Askildsen, Carver,
Lorrie Moore, Mrozek, Amy Hempel, Edgar Keret… (y todos los que me dejo y aún
muchos por descubrir).
Sé que la respuesta se encuentra en el tipo de lectora que
soy y, por lo tanto, me he aplicado a entender qué tipo de lector reclama el
tipo de relato que me gusta y cómo lo hace. Debo aclarar que no sólo he leído
muchos relatos sino también mucha teoría narrativa, así que me he aprovechado
de los que han pensado sobre esto antes que yo y, con ellos, puedo decir que el
lector de relato corto contemporáneo ha de ser un lector colaborador, que
trabaja con el texto, que hace su parte (todo lector ha de hacerlo, pero el de
este género disfruta mucho con ello, además). Creo que soy ese tipo de lectora.

Los teóricos de La Recepción (esta gente y otros que tuve que estudiar
hace años en Filología me traían loca, en todos los sentidos), establecieron la
importancia del lector, su papel activo,
para que se dé la obra literaria. Para ellos, los textos tienen una
estructura objetiva que debe ser completada por el lector. El escritor
construye esta estructura dejando espacios en blanco, elipsis de contenido,
agujeros en el texto, que deben ser llenados por el lector mediante conjeturas,
inferencias, presuposiciones, sobreentendidos, que son los que completan el
significado del relato, su efecto. Como dice W.Iser (uno de los que me traía
loca), el efecto “nace de la diferencia entre lo dicho y lo pretendido, de la
dialéctica de mostrar y silenciar”. Por supuesto, para que se dé esta
colaboración exitosa entre escritor y lector, no sólo el escritor del texto ha
de tener competencia literaria, también el lector que lo actualiza. De ahí el
disfrute del acto de la lectura como hecho comunicativo.
¿Por qué pienso que el relato corto contemporáneo requiere
de este tipo de lector muy implicado? De nuevo encuentro colaboradores para mi
respuesta, esta vez del lado de los escritores con teorías como la del iceberg
de Hemingway, la del dato escondido de la que nos habla Vargas Llosa o la tesis
de la apertura de Cortázar…fórmulas de escritura que juegan a dejar estos
vacíos o agujeros en el texto para que, de alguna manera, el lector se vea
obligado a rellenarlos para contar la historia a cuatro manos con el escritor.

En su Tesis sobre
el cuento, dice Ricardo Piglia que "un cuento siempre cuenta dos historias.
En el cuento clásico, el escritor narra una historia en primer plano y otra
secreta en los intersticios de la primera, de un modo elíptico y fragmentario.
Hay un efecto sorpresivo cuando al final del relato la historia secreta aparece
en la superficie. También dice Pligia que la historia secreta es la clave de la
forma del cuento. En el cuento más moderno el final sorpresivo no es tan
importante ya que la estructura cerrada trabaja la tensión entre las dos
historias sin resolverla nunca, es decir, cuenta dos historias como si fueran
una sola".
Señala Piglia que la teoría del iceberg de Hemingway "es la
primera síntesis de ese proceso de transformación: lo más importante nunca se
cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido
y la alusión. Hay que manejar la elipsis de tal manera que se note la ausencia
del otro relato"
.
Vamos a oír la famosa teoría en palabras del propio
Hemingway:
“Si un escritor en
prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede
silenciar cosas que conoce y, el lector, si el escritor escribe con suficiente
verdad, tendrá de esas cosas una sensación tan fuerte como si el escritor las
hubiera expresado. La dignidad de movimientos de un iceberg se debe a que,
solamente un octavo de su masa aparece sobre el agua. Un escritor que omite
ciertas cosas porque no las conoce, no hace más que dejar lagunas en lo que
describe”.
A propósito del iceberg de Hemingway dice C.Baker que “los hechos flotan sobre el agua mientras que
la estructura de soporte, incluyendo el simbolismo,
opera fuera de vista”. Y Zoe Trodd que “el
lector debe sentir la historia entera y debe llenar los huecos vacíos dejados
por las omisiones con sus
sentimientos”. También Sholzfus: “Hemingway
lleva al lector hasta el puente que debe cruzar solo, sin la ayuda del
narrador”.
Tal vez en este punto, lo mejor es poner un ejemplo tomado
de la narrativa del propio Hemingway, un microrrelato de seis palabras:
“Vendo zapatos de
bebé, sin usar”.
Sin duda, no hay en esta breve frase nada de lo que todos
estamos leyendo. El significado que hemos extraído debía andar por debajo del
nivel del mar, en la enorme masa de significación contenida en lo no dicho que
compartimos escritor y lectores.
Mario Vargas Llosa, hablando de la narrativa de Hemingway,
hace también su aportación al asunto:
“(…) las mejores
historias de Hemingway están llenas de silencios significativos, datos
escamoteados por un astuto narrador que se las arregla para que las
informaciones que calla sean, sin embargo, locuaces y azucen la imaginación del
lector, de modo que éste tenga que llenar aquellos blancos de la historia con
hipótesis y conjeturas de su propia cosecha. Llamamos a este procedimiento el dato escondido (…) Hemingway no lo
inventó, es una técnica vieja como la novela(…) es preciso que el silencio del
narrador sea significativo, que ejerza una influencia inequívoca entre la parte
explícita de la historia, que esa ausencia se haga sentir y active la
curiosidad, la expectativa y la fantasía del lector(…)”.
Podemos aplicar estas hipótesis a algún relato de alguno
de los escritores que mencioné al principio. Pongamos Salinger y su famoso
cuento Un buen día para el pez plátano. Recordemos,
por ejemplo, el diálogo telefónico entre la madre y la hija a propósito del
protagonista, Seymour Glass. Ese diálogo tan lleno de cháchara al principio del
relato, tiene más agujeros que la bufanda tejida por un principiante de la
calceta y, sin embargo, cuánta información propicia en la mente del lector para
leer la historia subterránea que en realidad está contando Salinger. Y así
podríamos seguir con el texto completo.
Carver también utiliza el procedimiento de la poda y la
elipsis en su literatura de prosa lacónica y requiere la participación activa
del lector. Dice Richard Ford que Carver es especialista en “dejar las cosas al filo, como prendidas con
alfileres”, que sus relatos son “la
primera piedra de un derrumbe o una transformación”. Y Robert Altman opina que sus relatos “tratan más de aquello que no sabemos que de
lo que sabemos, y el lector va llenando las lagunas mientras reconoce un
murmullo subterráneo”. La narrativa de Carver es, por tanto, un buen campo
de batalla para hacer el master de lector competente en rellenar vacíos
textuales. No tiene más que seguir ese murmullo subterráneo que brota de sus
relatos.
Por último, siguiendo con esto de los relatos que cuentan bastante
más que la historia que cuentan, también voy a esbozar la tesis de la apertura
del relato de Cortázar, una apertura que se produce a partir de la condensación
y la síntesis (y que también requiere de la colaboración del lector). Dice
Cortázar que “el fotógrafo o el cuentista
se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acontecimiento que sean
significativos, que no solo valgan por sí mismos, sino que sean capaces de
actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de
fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucho
más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el
cuento(…) El cuentista sabe que no puede actuar acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad,
verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario (…) El
tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar condensados,
sometidos a una alta presión espiritual y formal para provocar esa apertura”.
Y es por todo esto que creo que me gustan los relatos
cortos contemporáneos, porque me permiten conversar con los autores, colaborar
con ellos de igual a igual, sentir que soy tan imprescindible para sus
historias como lo son ellas para mí.
Inmaculada Reina
Punto y Seguido
(Fotografías tomadas de Internet)